Unas manos con guantes abren esa llave de paso de acero para que el agua, bien medida, corra por la acequia y riegue los campos abriéndose paso entre los caballones, esos funcionales surcos que, con una azada, el trabajo humano dibujó sobre la tierra. También es agua bien medida la que entra a esa hormigonera para mezclarse con el árido y el cemento en su justa proporción, así luego el hormigón puede penetrar correctamente entre las armaduras y detenerse allí donde aparecen los encofrados. Una superficie gris que luego se riega y se cura con cariño, ya que ha de fraguar al ritmo adecuado, igual que la tierra marrón de los campos requiere una humedad determinada e igual que las cosechas necesitan de unos tiempos y una climatología muy concreta. El oficio de la tierra y de la obra es aprendido. Quienes aran los campos y quienes vibran los hormigones llevan sombreros o cascos y también botas. Al igual que quienes conducen los camiones de distribución de alimentos y de materiales de construcción. Se mueven y circulan los tractores, las excavadoras, los burros y las grúas. Mientras tanto, los tomates, las cebollas y los calabacines brotan, en ese paisaje de terraplenes, siembras y molinos; de puntales y cañizos; de hoces y martillos; de sulfatos y aditivos, donde allá las grúas, las zanjas, las lienzas y los adobes.
¡PRECAUCIÓN!
Peligro por obras.
Vídeo
Andreu Signes
Estructura y herrería
Decortruss, Juanjo Valverde
Fotografías
Ricardo Ruíz, Miradors de l’Horta
Precaució! pretende advertir de uno de los múltiples y complejos peligros que acechan la supervivencia de la huerta de València: la construcción. El significado atribuido a esta señalética de advertencia forma parte de ese juego dual, al poder ser también, según los ojos que lo miren, el símbolo de un agricultor trabajando la tierra. Así, desde lejos, la grúa podría parecer verdadera, tanto como los diseñadores que, vestidos de obreros, visitan la obra. ¡Advertencia! ¡Peligro! ¡Otra parcela de suelo rural que se urbaniza! Desde cerca, sin embargo, entendemos su dimensión escultórica de juguete y de farsa: lo duro que es blando, lo pesado que es ligero y la torre que es un poste eléctrico abandonado. ¿Qué pasaría si se urbanizara este campo? Probablemente casi todas experimentaríamos un sentimiento de pérdida, ya que la huerta es un paisaje antropizado, resultado de la acción humana, que forma parte de nuestra identidad. Poner el foco en una de las problemáticas de su desaparición y hacernos reflexionar mediante la alerta eran los objetivos del proyecto.
Actualmente la huerta de València dispone del PATH, una herramienta de planeamiento que la protege. Sin embargo, cuando se trata del trazado de infraestructuras que superan el poder municipal, los terrenos de huerta se asfaltan, urbanizan y construyen igualmente (tal como ha ocurrido recientemente, por ejemplo, con la ampliación de la V-21). La pérdida de superficies agrícolas continuas y conectadas fragmenta la huerta como territorio y resta los servicios ecosistémicos que este paisaje productivo e industrial ofrece. La huerta que, tan bonita y verde, y aún así es un polígono.
El emplazamiento inicial propuesto por el festival Miradors de l’Horta para realizar este proyecto cumplía una serie de condicionantes clave. Se trataba de un borde urbano con un aparcamiento de coches práctimente metiéndose en la huerta, resuelto con señalética vial amarilla, y con la particularidad de que, entre los coches, aparecía un banco de madera mirando a un campo de chufa (que durante las fechas del festival se quemaba), con un poste eléctrico abandonado en medio. Se decidió así generar toda una escenografía en la que participaran y se relacionaran entre sí todos esos elementos del lugar, significándose, utilizando el poste eléctrico abandonado, lo que además permitiría aprovechar los recursos y poder construir una instalación en altura; un símbolo en medio de un paisaje horizontal. Los vecinos y agricultores nos contaron las molestias que estos postes de luz abandonados, que habían intentado eliminar por vías legales, les generaban. Este argumento reforzaba la idea de intervenir sobre la estructura del poste para simular una grúa de construcción, que permitiría vivir en el espectador, en primera persona, una experiencia desagradable: la destrucción de un campo de huerta como consecuencia de la construcción. Lamentablemente el agricultor del campo no permitió realizar la intervención: tenía malas referencias sobre los daños ocasionados por el festival años anteriores. Molestias que, con la excusa del diseño y la cultura, se generaban en los campos de huerta que los agricultores como él, duramente, trabajaban todo el año. Esta idea la utilizamos al trasladar la propuesta al otro campo, vallándolo y balizándolo, y vistiendo a los diseñadores y arquitectos que realizaban las visitas con uniformes y cascos de obra, de forma que ellos mismos formaban parte de la escenografía; eran también advertencia y peligro. Así, desde lejos, se produía el efecto del trampantojo: la grúa y los obreros podían parecer reales; y los grupos de diseñadores formaban parte del peligro. Aunque, en ese sentido, la visita con los alcaldes de l’Horta nord fue la más divertida…
